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Ponente: Miguel Ángel Ladero Quesada. Académico de Número de la Real Academia de la Historia. Ciclo de Conferencias: Ciudades y Frontera en el siglo XII hispánico. En torno al noveno centenario de la conquista de Zaragoza por Alfonso I de Aragón. Conferencia: Toledo (1085). Fecha: Martes, 13 de noviembre de 2018. _______________ Coordinadores del ciclo de conferencias.: José Ángel Sesma Muñoz y Miguel Ángel Ladero Quesada Con motivo de celebrarse en diciembre de 2018 el novecientos aniversario de la toma de Zaragoza (1118) por el rey de Aragón Alfonso el Batallador, parece oportuno presentar una reflexión sobre el hecho de que entre 1086 (toma de Toledo) y 1147-1149 (conquistas de Lisboa, Tortosa y Lérida), el avance hacia el sur de los reinos cristianos incorporó a su dominio los primeros grandes núcleos urbanos en territorio musulmán, que eran, además, los focos de articulación del eje central peninsular, los ríos Ebro y Tajo, consiguiendo fijar una línea de defensa sólida, una base firme para la continuación de la reconquista y unos puntos de referencia básicos para la transformación de la sociedad hispánica y su organización política. Así se inició, además, una forma peculiar del renacimiento urbano que tuvo lugar en el ámbito hispánico durante los siglos centrales de la Edad Media, contemporáneamente a lo que ocurría en otras tierras del Occidente europeo. Los reyes conquistadores y sus sucesores poblaron y organizaron aquellas ciudades heredando algunos aspectos del pasado y creando muchos otros que identifican un nuevo tiempo de su historia como centros urbanos de la España medieval. Aquellas conquistas muestran la capacidad adquirida por los reinos y condados cristianos del norte peninsular. La mutación social experimentada en ellos a lo largo del siglo XI, la paralela fragmentación de al-Andalus en múltiples taifas y el impulso económico recibido con las parias pagadas por estas favorecieron el rápido desarrollo del poder militar y con él el avance cristiano por áreas ya plenamente articuladas y pobladas, lo que significó un cambio de signo en el dominio establecido desde hacía ya cuatro siglos en la Península. Después de estas acciones, la consistencia y la capacidad guerrera de los reinos hispánicos, junto a la visión europea de su empresa como una cruzada, dejaron casi decidido, como una cuestión de tiempo, la recuperación total del territorio perdido en el 711. Más allá de la repercusión militar que tuvieron las conquistas, que se hará patente en los siguientes avances territoriales y el control de amplios espacios agrícolas y ganaderos, el dominio de aquellas ciudades, dotadas de plena actividad, abrió la posibilidad de un desarrollo económico basado en la producción para el comercio y el tráfico mercantil, tanto en el sentido norte-sur, para atender las crecientes demandas europeas, como este-oeste, uniendo las rutas mediterránea con las del Cantábrico y la costa atlántica, contribuyendo así a la aparición de una cada vez más pujante sociedad urbana, equiparable a la que se había formado en Europa. Por otra parte, se trataba de ciudades cargadas ya de tradición como centros políticos y administrativos desde tiempos muy antiguos (romanos, visigodos y musulmanes) y dotadas de las infraestructuras necesarias para el ejercicio del poder (eclesiástico y civil), lo que permitió la fijación, más allá de lo meramente simbólico, de capitales en los reinos y el fortalecimiento del poder real. Por último, la existencia de población autóctona en aquellas ciudades y sus extensas áreas de influencia, completada o sustituida por la llegada de colonizadores del norte, posibilitó nuevas opciones de convivencia entre cristianos, moros y judíos y el establecimiento de lazos culturales. Los restos conservados en el urbanismo, en edificios y en algunas formas de organización son muestra de aquella relación.