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El ambiente más reivindicativo de Valladolid encuentra su espacio en el Penicilino El céntrico bar, en la Plaza de la Libertad junto a la Catedral, es un negocio con más de 150 años de historia y que en la actualidad de caracteriza por tener un marcado carácter “de lucha”. Es historia viva, un canto a lo antiguo y maravilloso de Valladolid. Probablemente no sea el bar más bonito de la ciudad, ni falta que le hace. Y es que los lugares emblemáticos no necesitan serlo. El Penicilino, situado en la Plaza de la Libertad junto a la Catedral, es sin duda uno de esos lugares en los que las paredes despiden anécdotas, alegrías, penas, cultura y muchos momentos especiales. El Penicilino es, simplemente, un lugar de encuentro de amigos. “El bar tiene casi 150 años de historia”, comienza Jesús Niño, uno de los actuales nueve propietarios del espacio, si bien hay noticias y documentación que hablan de que su fundador Lorenzo Bernal abrió sus puertas por 1860. “Hasta donde nosotros sabemos lo llevó la misma familia hasta diciembre de 2005, cuando abandonó el negocio y nosotros lo cogimos el 23 de febrero de 2006”, sigue Niño, orgulloso de haber mantenido ese espíritu a lo largo de esta década. Y es que el Penicilino no se caracteriza por ser un bar con alguna característica demasiado llamativa. No vende comida pintoresca, su decoración es particular pero no de otro mundo y el público es de lo más variado. Vamos, que un foráneo de Valladolid no encontrará tanto encanto al sitio, justo todo lo contrario que los que se consideren vallisoletanos de pura cepa. Simplemente, tiene el secreto en su tradición y en su historia. “Por aquel entonces lo abrimos con la idea de hacer un sitio cómodo para todo tipo de gente, sin ser sectorial ni por coste de las consumiciones, ni decoración, ni música, ni moda. Donde todo el mundo se pudiera sentir cómodo”, hace ver Niño, bajo una enorme barba y melena que dejan patente que los dueños del bar son los primeros que no responden a reglas. “Han pasado diez años y hemos vivido muchas cosas, como cuando se dejó de fumar en los bares, la subida del IVA, cómo ha cambiado la gente...”, enumera. Y es que para el propietario, el Penicilino tiene una de sus señas de identidad en su famoso vaso de mismo nombre que el establecimiento, siempre acompañado de la habitual ‘zapatilla’, pero detrás hay mucho más. “Si hay una seña del Penicilino es el sabor añejo, el ser un sitio con mucha historia. La estantería, las paredes, la barra son prácticamente originales. Es un sitio con mucha fuerza histórica”. BAR “DE LUCHA” A raíz de esta intrahistoria, el ‘Peni’ tiene unas señas bien marcadas que no se quedan solo en la famosa terraza que se llena todos los veranos. El lugar se considera a sí mismo como uno de esos lugares “de lucha”. “En toda esta zona alrededor de la Catedral siempre han existido sitios reivindicativos, sitios que abanderan cierto inconformismo contra ciertas cosas. Aquí está el Penicilino, pero al lado está el Morgan, La Bici, el Cafetín… históricamente han tenido ese toque”, dice Niño. Así, las exposiciones de artistas locales o el toque cultural nunca faltan entre estas cuatro paredes con unos muebles dignos de museo. Poco a poco todos los detalles han ido calando en el corazón de los vallisoletanos. “Sí, se percibe en cada día. Te lo dicen o te lo muestran, que esto forma parte de sus vidas. Nosotros tenemos que intentar no estropearlo, ese cariño que existe no volverlo en contra”. Por supuesto, el Penicilino no tiene aspecto de cambiar, no en el corto plazo al menos. Y es que lo que funciona y gusta, no tiene sentido tocarlo. “Esa es la intención, seguir navegando por esas aguas sin olvidarse de que estamos en una parte del corazón de la ciudad”, concluye Niño. Amén. REDACCIÓN: JUAN POSTIGO IMAGEN Y MONTAJE: ALBERTO MINGUEZA