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Nació en Roma el 6 de agosto de 1875. Pasó su infancia bajo la atenta mirada de sus padres: Cesare Berettoni, de Morrovalle (Macerata), y Orsola Maria, de Roma. Cuando sólo tenía ocho años, mucho antes de lo que era habitual en aquella época, se cumplió su ardiente deseo de recibir a Jesús en su corazón, y de su asistencia casi diaria a Misa maduró su tierno corazón: ingresó en las Hijas de María, hizo voto de virginidad a los nueve años y se desprendió del mundo, del espíritu que lo domina, escribió a los diez años, en abierta contradicción con el de Jesús. También hizo una promesa en su juventud, que mantuvo durante toda su vida, de no negar nunca nada de lo que se le pidiera en nombre de Jesús y de María. Ejerció el apostolado de los laicos, característica de su vida, en cualquier forma y en cualquier campo que se presentara a su celo insaciable: fue víctima especialmente del Sacerdocio y de los consagrados a Dios. Enseñó las verdades de la Religión Cristiana a ignorantes e instruidos, en privado y en parroquias, facilitada en ello por el don de persuasión que le hizo cosechar abundantes frutos. Entre los jóvenes fue una educadora amable y fuerte; entre los niños Jesús tiernamente amada, siempre maternal, pasó muchos años de su vida; entre las Hijas de María, pródiga, celosa hasta el último día de su vida e incomparable maestra de novicias en la Orden Franciscana Seglar. Dios le permitió poner fin a su vida en el campo del trabajo, el 17 de enero de 1927, y como ella había rezado y predicho, pocos minutos después de la Santa Comunión, en la Iglesia, en la Basílica de S.M. Maggiore, donde había recibido la Gracia Bautismal, ante la Capilla de María Santísima 'Salus Populi Romani' que tantas pruebas, incluso extraordinarias, le había dado de su inefable protección y ternura. Roma conserva sus venerados restos, en el Verano (al lotto n. 2 - Pincetto Vecchio) y los numerosos recuerdos de su fecundo apostolado.