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Gali Balaguer, el depredador sexual que acabó en asesino en serie en Aragón Antonio Gali Balaguer está en prisión por un homicidio en Galicia, pero antes actuó en La Cartuja y en La Zaida Sádico, calculador, frío y consciente en todo momento de sus actos. Ese es el perfil psicológico de Antonio Gali Balaguer, un valenciano nacido hace 72 años, que por donde pasó dejó tras de sí cadáveres y mujeres asaltadas sexualmente. Actuó en su comunidad natal, en Calanda, en Alcañiz, en La Cartuja y en La Zaida antes de irse a Galicia, donde cometió su último asesinato. Su primera condena fue en 1979 por tres casos de intento de abuso sexual en Calanda a una niña de 10 años, a otra de 13 y a un joven con el que intentó «ligar» y amenazó con un cuchillo. La Audiencia de Teruel le castigó con cuatro meses y un día de prisión. Le salió barato y reincidió, pero en el municipio turolense de Alcañiz. Allí cometió otras dos agresiones. Sus víctimas fueron una joven de 17 años y una mujer de 39, casada, a la que golpeó con un tubo metálico, dejó sin sentido y se la llevó a las afueras de la ciudad. Corría 1982 y las penas también fueron livianas: el pago de una multa de 50.000 pesetas y 6 meses de arresto mayor con el atenuante de enajenación mental. Todo ello lo compaginó con robos cometidos en camiones de Tabacalera en Teruel capital. Su primer delito de sangre fue en La Zaida, ya en la provincia de Zaragoza. Allí se instaló en 1982, donde entabló relaciones sentimentales con Ángela, una mujer casada y con dos hijos. El marido de esta mujer, el pastor José Luis, fue su primera víctima mortal conocida. Este azailano se enteró de las infidelidades de su esposa y la amenazó, llegando a los oídos de Gali Balaguer, quien dijo que con quien tenía que enfrentarse José Luis era con él. La forma de arreglarlo fue asestarle 17 hachazos, la mayoría en la cabeza. De Oviedo a La Cartuja Tras ensañarse con el cadáver, lo escondió en la cuadra y días más tarde lo enterró cuidadosamente. A la mujer le dijo que su marido se había marchado de la casa y que no volvería hasta que él abandonara el domicilio. Pese a ello, tanto el asesino como la viuda y los dos hijos de esta abandonaron La Zaida para evitar preguntas de los vecinos y se desplazaron a Oviedo, donde vivieron varios meses. Pero no les gustó este emplazamiento y volvieron a Aragón. En esta ocasión a La Cartuja, donde llegaron con lo puesto, siendo ayudados por la parroquia y por el resto de vecinos que les proporcionaron techo, comida, muebles y hasta ropa. La forma de agradecer esto fue cometiendo uno de los crímenes más salvajes firmados por Gali Balaguer: el asesinato de Victoria, de tan solo 11 años. Fue en 1984, provocando una gran conmoción en este barrio rural de Zaragoza que estaba celebrando las fiestas en honor a San Roque. La niña era amiga de una de sus hijas, por lo que aquel 16 de agosto fue a su casa en la calle Claustro para buscarla. Este criminal estaba solo. La invitó a entrar en la vivienda y una vez dentro le realizó tocamientos a la pequeña. Pensaba que se iba a quedar callada, pero la niña le amenazó con denunciarlo a sus padres. Primero le ofreció comprar su silencio. No lo consiguió. Entonces, según se señala en la sentencia de la Audiencia de Zaragoza, la amordazó de manos y pies con cinta aislante y la dejó en un granero al que volvió en varias ocasiones para disuadirla de que contara lo sucedido y al no conseguirlo, la llevó al cuarto de baño y en la bañera llena de agua la ahogó. A continuación cogió el cadáver de la pequeña, lo envolvió en un mono suyo y lo escondió en un cajón en un cuarto al lado de la leñera. Al día siguiente enterró el cuerpo en el suelo. Le echó cemento encima. La desaparición de la niña provocó gran desconcierto entre los vecinos de La Cartuja que establecieron batidas para intentar encontrarla. Llegó incluso a participar Gali Balaguer, pero fueron infructuosas. La Guardia Civil asumió la investigación y gracias a las pulgas se resolvió este crimen. Un sargento analizó los últimos pasos de la víctima, entrevistándose con todas las personas con las que estuvo, incluido este depredador sexual. No le sacó nada, pero volvió molesto por estos insectos. Una conversación con los padres de la menor destapó todo. Estos dijeron que su hija también se había quejado de las picaduras. El agente tiró del hilo y dio con el cadáver. Inmediatamente fue detenido por el asesinato de la niña. Un hallazgo con sorpresa, pues este criminal aseguró que no era su primera víctima mortal, que había otra en La Zaida. Relató con pelos y señales dónde había enterrado a José Luis y se fueron con él para hacer una reconstrucción del crimen. Encontraron el cadáver del pastor, envuelto en cal y en una manta, dentro de un foso de arreglar coches que el asesino había tapado con ladrillos. Al ver el cuerpo espetó: «Aún está el último cigarro que se fumó». #entrevistas #documental #españa #crimen